Una charla con Luchi, una de mis sobrinas más pequeñas, trajo a mi mente un tema pendiente...
La semana pasada vino a mi casa y entre juegos y locuras con Sebi, se acercó y me preguntó si podía sentarse en la silla de ruedas de Juan. Yo le contesté que sí, y la ayudé a subir. Lo cómico fue que una vez arriba me pidió que le encienda la TV y ahí se quedó un rato, breve, porque ella es muuuuy activa!
Pero me dejó pensando en su mundo sin prejuicios... el mundo de los niños es así, inocente.
Cuántas veces vamos por la calle con Juan y la gente que pasa lo mira tan feo, cuántas veces pasamos cerca de mamás con hijos que quieren evitar que sus niños vean a Juan, cuánta gente nos mira con lástima, con impresión de estar viendo un monstruo o no se qué! ¨Pobrecito¨, es una de las palabras preferidas y más escuchadas.
Claro que para nosotros dejó de ser una carga escuchar estos comentarios, a Juan le hace tanto bien salir a la calle, que no importa nada más.
Pero lo que me asusta es la sociedad, los adultos que entrenan a sus hijos para ésto! para discriminar, para no aceptar al otro a pesar de ser diferente.
Siempre digo lo mismo, ellos se lo pierden... Se pierden la posibilidad de estar cerca de un ser puro, diferente por fuera y por dentro.
Estoy feliz por la familia que tengo, por mis hermanos que educaron a sus hijos de manera tal que aman a Juan así como es. Me gusta ver a mi sobrina Celeste cuando pasa tiempo cerca de Juan acariciándolo o a Valentín cuando se estira para darle un beso a su primo.
Ojalá algún día aprendamos de la inocencia de ellos.
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